La guerra en cifras (II)


Mg. Rubén A. Barreiro

1. Duración e intensidad de las guerras modernas (WRIGHT, 652 y ss). Continuando con el tema de la duración de las guerras modernas, siguen a continuación una tabla relacionada con el tema, desarrollada por Wright, y un gráfico que hemos elaborado en base a la misma. En dicha tabla, Wright ha determinado, para cada uno de los estados tenidos en cuenta, el promedio de su participación en años en las guerras libradas durante un siglo determinado. 


La guerra en cifras (I) [1]

Mg. Rubén A. Barrreiro

Bajo este epígrafe iniciamos la publicación de diferentes cuadros y estadísticas relativos a guerras y batallas. Como punto de partida hemos tomado dos obras liminares:  A Study of War, de Quincy Wright [2] y Losses of Life in Modern Wars. Austria-Hungary-France, de Gaston Bodart [3].

La frase de la semana.



“Las armas nacionales… se han cubierto de gloria…  puedo afirmar con orgullo, que ni un solo momento volvió la espalda al enemigo el ejército mexicano durante la larga lucha que sostuvo”. Del parte del General Ignacio Zaragoza sobre la batalla de Puebla,  9 de mayo de 1862.


El 17 de julio de 1861, el gobierno mexicano dispuso una serie de medidas, de las cuales la más trascendente, a los efectos de sus relaciones con otros países, fue la suspensión por dos años del pago de la deuda externa. Hubo una fuerte reacción de Francia, España y Gran Bretaña, quienes por la Convención de Londres suscripta el 31 de octubre de 1861, se comprometieron a enviar “a las costas de México fuerzas de tierra y de mar combinadas”, suficientes para tomar y ocupar “las diferentes fortalezas y posiciones militares mexicanas”

Luego de variadas circunstancias que no es del caso relatar en este lugar, afloraron desacuerdos entre españoles y británicos por un lado y por el otro los franceses, fundados en la renuencia de los primeros con relación al propósito intervencionista francés en los asuntos internos de México. El 16 de abril Francia declara la guerra, por una proclama dirigida al pueblo mexicano, que así concluye: “La bandera francesa ha sido clavado en territorio mexicano, esta bandera no retrocederá. Que los hombres sabios la acojan como una bandera amiga. ¡Que los insensatos osen combatirla!” 

El 20 de abril, el General Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez, “general en jefe del cuerpo expedicionario en México” proclamaba: “La nación mexicana no debe inquietarse, ya que la guerra ha sido declarada contra un gobierno inicuo que ha cometido ultrajes inauditos contra mis compatriotas, por los cuales, creedme, sabré obtener una conveniente reparación”.

Y El 26 de abril de 1862, Lorencez se dirigió a su Ministro de Guerra con incontenible arrogancia: “Somos tan superiores a los mexicanos en raza, organización, moralidad  y elevados sentimientos que ruego a Vuestra Excelencia informar al Emperador que, a la cabeza de seis mil soldados, ya me he adueñado de México”.

Pero una vez más quedó demostrado en los hechos que la arrogancia, la soberbia y el menosprecio por el adversario no ganan batallas. El 5 de mayo de 1862 las tropas mexicanas al mando del general Ignacio Zaragoza derrotan sin atenuantes a las del Conde de Lorencez. Los seis mil quinientos soldados de los que se ufanaba fueron enfrentados por un ejército de unos doce mil hombres, la mayoría de los cuales carecía de instrucción militar y de equipo adecuado. Esta hazaña es recogida por la historia como la Batalla de Puebla o del Cinco de Mayo, y recordada para siempre por el parte del infortunado General Zaragoza (fue a la batalla a pocos de días de fallecida su esposa y murió meses después de Puebla a  los treinta y tres años).

La cuestión de la deuda fue, para Napoleón III y según sus propias palabras, un mero pretexto. El verdadero propósito del Emperador había quedado claramente manifestado en una carta remitida el 19 de octubre de 1861 al embajador francés en Londres, August-Charles Flahault. Decía allí Napoleón que por muchos años había recibido pedidos de “gente importante” de México para instaurar una monarquía, la “única capaz de restablecer el orden”. Pese a la simpatía que le despertaba tal causa, tuvo que responder a esa gente “que no tenía un pretexto para intervenir en México… debemos esperar mejores días”. “Pero ahora, acontecimientos imprevistos han cambiado el cariz de la situación”. Por un lado, la Guerra de Secesión alejaba el peligro de una reacción de los Estados Unidos frente a una intervención europea en México y por el otro, “los ultrajes del gobierno mexicano han dado razones legítimas para intervenir en México”. “Así las cosas, tengo un solo propósito: ver protegidos y preservados los intereses de Francia a través de una acción futura que rescataría a México de la devastación por los indios o de una invasión norteamericana…”. 

No obstante, unos días más tarde, se firmó la citada Convención de Londres, en la que las partes se comprometieron “a no buscar por sí mismas, en el marco de las medidas coercitivas previstas..., ninguna adquisición de territorio, ni ninguna ventaja en particular, ni a ejercer, en los asuntos internos de México ninguna influencia de tal naturaleza que pueda atentar contra el derecho de la nación mexicana de elegir y constituir libremente su forma de gobierno”. 

Napoleón III había propuesto al Archiduque Maximiliano para ocupar el trono del “imperio mexicano”, por razones que nada tenían que ver con México y menos con su pueblo (“por mi lado, debo reconocerlo, he creído de buen gusto proponer a un príncipe perteneciente a una dinastía con la cual he estado en guerra recientemente”, decía en su carta a Flahault). La aventura de la intervención francesa y del Imperio Mexicano concluyó, como es sabido, el 19 de junio de 1867. Maximiliano de Habsburgo fue fusilado en Querétaro y tal vez en ese momento haya resonado en sus oídos la premonitoria oda de Carducci: “Massimiliano, non ti fidare/torna al castello di Miramare…” 

© Rubén A. Barreiro 2015
La frase de la semana.


“Por el momento, los mordisqueo”.;General Joseph Joffre

Facsímil del artículo en Le Journal. 
Bajo el título “Una palabra de nuestro generalísimo”, la edición del periódico  Le Journal del 29 de septiembre de 1914, publicó un artículo que comentaba lo ocurrido durante un almuerzo en el cuartel del Estado Mayor General del ejército francés, del que el entonces general Joseph Joffre era comandante. “Uno de los invitados”, decía el cronista, “trató de obtener del general Joffre alguna información sobre sus intenciones estratégicas. El vencedor del Marne se limitó a sonreír y con un tono lleno de plácida bonhomía, murmuró: Por el momento, los mordisqueo”. Ya en ese entonces, la “carrera hacia el mar” de aliados y alemanes estaba concluyendo sin que ninguno de los adversarios lograra el codiciado envolvimiento que podría concluir con la guerra. Poco a poco se fueron enterrando en las trincheras, de las que no saldrían hasta la primavera de 1918. Hasta entonces, se fueron sucediendo ataques tan inútiles como sangrientos. Joffre, con su metáfora del “mordisqueo” quiso expresar la que sería su táctica de desgaste del ejército alemán, con fuertes y repetidos ataques ("mordiscos…"), muchas veces en diferentes sectores simultáneamente. Dado que esos ataques implicaban enormes bajas para uno y otro bando, provocaron fuertes críticas. Así, Abel Ferry, joven parlamentario y subsecretario de Estado de Relaciones Exteriores, calificó a esta táctica de “monstruosa” en una carta que remitió desde el frente en mayo de 1915, donde insistió en luchar pese a su cargo. Raymond y Jean-Pierre Cartier, con singular dureza, dijeron: “a la guerra de movimiento, siguió la de trincheras. A las grandes maniobras estratégicas, el “mordisqueo”. Así se instaló una guerra imbécil, horrorosamente monótona, hecha de ofensivas condenadas al fracaso desde antes mismo de ser lanzadas. Jamás, en el curso de toda la historia de la humanidad, los generales habían sido tan pródigos con la sangre de sus soldados…”. Liddell Hart, por su parte, también dio su mordaz opinión: “…las primeras tentativas de Joffre por cierto no fueron más eficaces que el mordisqueo de una caja fuerte de acero por un ratón”. Tal vez ha sido Winston Churchill quien juzgó la cuestión con sintética crudeza: “el método del desgaste funcionó, pero fue en nuestras filas donde sobre todo se hicieron sentir sus estragos”

¿Fue tan grande el equívoco de Joffre? El historiador Spencer Tucker señala que era políticamente imposible para cualquier comandante francés permanecer a la defensiva con un décimo del territorio nacional ocupado, que incluía núcleos industriales importantes y vastos sectores de la población desplazados. También recuerda que Joffre, más tarde, justificó estas acciones en la necesidad de sacarle presión a Rusia en el Frente Oriental, al tiempo que se materializaba la entrada en la guerra de Italia en el bando aliado. Como fuere, quienes lo sucedieron en el mando, no intentaron otra modalidad de lucha que la iniciada con el “mordisqueo” de Joffre, sin mejores resultados y con peores bajas.
© Rubén A. Barreiro 2015
La frase de la semana.


“He perdido algo de mi respeto por Napoleón, cuando aprendí el significado de luchar en una guerra de coalición.” Atribuida al Mariscal Ferdinand Foch, aunque su verdadero autor sería el General Maurice Sarrail.


Joffre, Poincaré, Jorge V , Foch, Haig
En principio, y como lo expresó Clausewitz, “las coaliciones son el medio apropiado para resistir a un poder superior…¿Qué hay mejor que ellas?”. Por su parte Jomini decía que “aunque un gran estado muy probablemente triunfará contra dos estados débiles aliados, aun así su alianza es más fuerte que si estuvieran separados”. Sin embargo, en la práctica las coaliciones han presentado grandes problemas. Al propio Napoleón se le adjudica aquello de que “es mejor luchar contra países aliados, que ser uno de ellos”

Tales problemas afloraron en la coalición franco-británica durante la Gran Guerra, reflejados por la frase transcripta (también atribuida al General Henri Pétain). Sólo frente al peligro mortal que significó la Kaisershlacht, la gran ofensiva alemana de la primavera de 1918, último y desesperado intento germano para quebrar a los aliados, los gobiernos británico y francés decidieron confiar al entonces General Ferdinand Foch la “coordinación” de los “ejércitos aliados en el frente occidental”. En el instrumento firmado el 26 de marzo de 1918, en Doullens (ciudad que en ese momento era amenazada por el avance alemán), se expresa que, para realizar su cometido (“à cet effet”), “se entenderá con los generales en jefe que son invitados a facilitarle todas las informaciones necesarias”. Esta fórmula, considerada “imprecisa y endeble”, quedaría reforzada el 3 de abril siguiente, con la participación de los Estados Unidos, cuando se confía a Foch “la dirección estratégica de las operaciones militares”, asumiendo la conducción táctica cada uno de los comandantes en jefe, pero con una especial disposición: “los comandantes en jefe de los ejércitos británico, francés y estadounidense ejercerán plenamente la conducción táctica de sus ejército. [Cada uno de ellos] tendrá derecho a reclamar a su gobierno si, en opinión, su ejército se encuentra en peligro por cualquier instrucción recibida del General Foch”. El 14 de mayo de 1918 Foch fue nombrado Comandante en Jefe de los ejércitos aliados en Francia, conduciéndolos a la victoria en noviembre de ese año. 

Probablemente, si esa imprescindible unidad de comando se hubiera dado antes de que transcurrieran tres años y medio de sistemática e inútil matanza, la guerra podría haber concluido mucho antes y con muchas menos bajas. Foch condujo sus nuevas funciones con mucho tacto y persuasión, afrontando personalidades tan fuertes como las de Pershing y Haig. Quien por cierto le dio más problemas fue, paradojalmente, su compatriota Pétain. Pero en tal caso, el tacto y la persuasión fueron sustituidos de la forma en que se conducen las relaciones entre un superior y un subordinado…
© Rubén A. Barreiro 2015
La frase de la semana.


“La próxima vez, recuérdenlo, los alemanes no cometerán ningún error. Penetrarán en el Norte de Francia y se apoderarán de los puertos del Canal para utilizarlos como base de sus operaciones contra Inglaterra”. Mariscal Ferdinand Foch




El Mariscal Foch, generalísimo de los ejércitos aliados vencedores en 1918, ya en enero de 1919 expresaba a los corresponsales que lo rodeaban en Tréveris, la vieja ciudad alemana, que “Alemania está ahora vencida, pero con sus recursos, especialmente los humanos, su recuperación en un tiempo comparativamente corto es muy posible. Es ahora deber de los Aliados prevenir futuras agresiones”

Su idea respecto de la “prevención de futuras agresiones” se basaba tanto más en una cuestión territorial que en la limitación de armamentos, sobre la que tenía una rigurosa y restrictiva posición. Así, en la misma época dijo: “Es en el Rhin donde debemos refrenar a los alemanes. Apoyándonos en el Rhin haremos imposible para ellos recomenzar el golpe de 1914. El Rhin es la barrera común de los Aliados, precisamente aquellos que se han unido para salvar la civilización… es la garantía de paz para todas las naciones que han vertido su sangre por la causa de la libertad…” 

Como lo afirma Margaret MacMillan en su monumental “París, 1919”, “Foch quería más que una Alemania desarmada. Quería una Alemania mucho más pequeña”. Veía a Renania, es decir el territorio alemán al Oeste del Rhin, como “la base de entrada y reunión” que daba a Alemania la oportunidad para repetir su ataque de 1914, tal como se refleja en la frase que motiva este comentario. 

Como es sabido, Renania, por el Tratado de Versalles, sería ocupada hasta por quince años por fuerzas aliadas e, independientemente de ello, sería permanentemente una zona desmilitarizada. A los diez años, los aliados cesaron la ocupación. El 7 de marzo de 1936 las tropas del Tercer Reich recuperaron su presencia en la zona. El 1° de septiembre de 1939 comenzaba la Segunda Guerra Mundial. 

La más célebre de las frases de Foch con relación a lo decidido en Versalles, “esto no es la paz, es una armisticio por veinte años”, se hacía realidad con cronológica precisión. Y daba pie, tal vez, a su agria afirmación: “Guillermo II perdió la guerra…Clemenceu perdió la paz”.
© Rubén A. Barreiro 2015
La frase de la semana.


“El 8 de agosto [de 1918] fue un día de duelo para el ejército alemán en la historia de la guerra. Nunca viví horas tan penosas…El 8 de agosto marcó la declinación de nuestra fuerza militar y me hizo perder toda esperanza…de poder tomar alguna medida estratégica que consolidase la situación a nuestro favor…La conducción de la guerra tomaba…las características de un juego de azar… El destino del pueblo alemán era una apuesta demasiado alta para un juego de azar. Era preciso terminar la guerra”. Erich Ludendorff


En ese tiempo, el General de Infantería Erich Ludendorff era el Cuartel Maestre General (Generalquartiermeister) del Estado Mayor del Ejército del Imperio Alemán cuyo jefe era el Mariscal de Campo Paul von Hindenburg. Ludendorff tenía a su cargo la conducción operacional y Hindenburg asumía, de hecho, la jefatura del ejército nominalmente a cargo del Kaiser Guillermo. El accionar de ambos no se limitaba a los asuntos puramente militares, sino que su influencia (e injerencia) se proyectaba sobre asuntos diversos aunque vinculados con el esfuerzo bélico (diplomacia, industria, propaganda, frente interno, etc.) Tanto, que ha llegado a hablarse de un “dictadura de guerra” (Rémy Porte.) 

La ofensiva alemana lanzada el 21 de marzo de 1918, última carta que Hindenburg y Ludendorff jugaron antes de que gravitara decisivamente el aporte de los Estados Unidos en hombres y suministros, a fines de julio había fracasado. Recuperando la iniciativa, el 8 de agosto los aliados desencadenan la Batalla de Amiens (también conocida como Tercera Batalla de Picardía), primer y decisivo paso en la llamada Campaña de los Cien Días, que culminaría el 11 de noviembre de 1918 con la derrota de Alemania. El Cuarto Ejército británico y el Primer Ejército francés atacaron, conjuntamente con efectivos estadounidenses, canadienses y australianos a los ejércitos alemanes II y VIII. 

Distinguieron a esta acción algunas particularidades: la participación de más de 400 tanques británicos, tanto pesados (Mark V), como livianos (Whippet); la utilización de estos últimos en operaciones de exploración avanzada (es famosa la hazaña del Caja de Música, un Whippet que penetró prácticamente en soledad varios kilómetros detrás de las líneas alemanas, causando grandes bajas y daños antes de incendiarse); la participación de tres divisiones de caballería; la ausencia de preparación de artillería; la colaboración de la aviación con las fuerzas terrestres en misiones de exploración y hostigamiento (incluyendo el sobrevuelo constante antes de la batalla para ocultar con el ruido de sus motores la barahúnda de la masa de blindados.) 

Ese "día negro” del que habla Ludendorff en sus Memorias, efectivamente lo fue para el ejército alemán: sobre un frente de dieciséis kilómetros, los aliados avanzaron catorce kilómetros, haciendo más de 20.000 prisioneros y causando enormes bajas. Fuller resumió la batalla conforme su precisa acidez: se trató, dice, “del triunfo de la máquina sobre el hombre o, si se prefiere, del petróleo sobre el músculo.”
© Rubén A. Barreiro 2015