La frase de la semana.


“La próxima vez, recuérdenlo, los alemanes no cometerán ningún error. Penetrarán en el Norte de Francia y se apoderarán de los puertos del Canal para utilizarlos como base de sus operaciones contra Inglaterra”. Mariscal Ferdinand Foch




El Mariscal Foch, generalísimo de los ejércitos aliados vencedores en 1918, ya en enero de 1919 expresaba a los corresponsales que lo rodeaban en Tréveris, la vieja ciudad alemana, que “Alemania está ahora vencida, pero con sus recursos, especialmente los humanos, su recuperación en un tiempo comparativamente corto es muy posible. Es ahora deber de los Aliados prevenir futuras agresiones”

Su idea respecto de la “prevención de futuras agresiones” se basaba tanto más en una cuestión territorial que en la limitación de armamentos, sobre la que tenía una rigurosa y restrictiva posición. Así, en la misma época dijo: “Es en el Rhin donde debemos refrenar a los alemanes. Apoyándonos en el Rhin haremos imposible para ellos recomenzar el golpe de 1914. El Rhin es la barrera común de los Aliados, precisamente aquellos que se han unido para salvar la civilización… es la garantía de paz para todas las naciones que han vertido su sangre por la causa de la libertad…” 

Como lo afirma Margaret MacMillan en su monumental “París, 1919”, “Foch quería más que una Alemania desarmada. Quería una Alemania mucho más pequeña”. Veía a Renania, es decir el territorio alemán al Oeste del Rhin, como “la base de entrada y reunión” que daba a Alemania la oportunidad para repetir su ataque de 1914, tal como se refleja en la frase que motiva este comentario. 

Como es sabido, Renania, por el Tratado de Versalles, sería ocupada hasta por quince años por fuerzas aliadas e, independientemente de ello, sería permanentemente una zona desmilitarizada. A los diez años, los aliados cesaron la ocupación. El 7 de marzo de 1936 las tropas del Tercer Reich recuperaron su presencia en la zona. El 1° de septiembre de 1939 comenzaba la Segunda Guerra Mundial. 

La más célebre de las frases de Foch con relación a lo decidido en Versalles, “esto no es la paz, es una armisticio por veinte años”, se hacía realidad con cronológica precisión. Y daba pie, tal vez, a su agria afirmación: “Guillermo II perdió la guerra…Clemenceu perdió la paz”.
© Rubén A. Barreiro 2015
La frase de la semana.


“El 8 de agosto [de 1918] fue un día de duelo para el ejército alemán en la historia de la guerra. Nunca viví horas tan penosas…El 8 de agosto marcó la declinación de nuestra fuerza militar y me hizo perder toda esperanza…de poder tomar alguna medida estratégica que consolidase la situación a nuestro favor…La conducción de la guerra tomaba…las características de un juego de azar… El destino del pueblo alemán era una apuesta demasiado alta para un juego de azar. Era preciso terminar la guerra”. Erich Ludendorff


En ese tiempo, el General de Infantería Erich Ludendorff era el Cuartel Maestre General (Generalquartiermeister) del Estado Mayor del Ejército del Imperio Alemán cuyo jefe era el Mariscal de Campo Paul von Hindenburg. Ludendorff tenía a su cargo la conducción operacional y Hindenburg asumía, de hecho, la jefatura del ejército nominalmente a cargo del Kaiser Guillermo. El accionar de ambos no se limitaba a los asuntos puramente militares, sino que su influencia (e injerencia) se proyectaba sobre asuntos diversos aunque vinculados con el esfuerzo bélico (diplomacia, industria, propaganda, frente interno, etc.) Tanto, que ha llegado a hablarse de un “dictadura de guerra” (Rémy Porte.) 

La ofensiva alemana lanzada el 21 de marzo de 1918, última carta que Hindenburg y Ludendorff jugaron antes de que gravitara decisivamente el aporte de los Estados Unidos en hombres y suministros, a fines de julio había fracasado. Recuperando la iniciativa, el 8 de agosto los aliados desencadenan la Batalla de Amiens (también conocida como Tercera Batalla de Picardía), primer y decisivo paso en la llamada Campaña de los Cien Días, que culminaría el 11 de noviembre de 1918 con la derrota de Alemania. El Cuarto Ejército británico y el Primer Ejército francés atacaron, conjuntamente con efectivos estadounidenses, canadienses y australianos a los ejércitos alemanes II y VIII. 

Distinguieron a esta acción algunas particularidades: la participación de más de 400 tanques británicos, tanto pesados (Mark V), como livianos (Whippet); la utilización de estos últimos en operaciones de exploración avanzada (es famosa la hazaña del Caja de Música, un Whippet que penetró prácticamente en soledad varios kilómetros detrás de las líneas alemanas, causando grandes bajas y daños antes de incendiarse); la participación de tres divisiones de caballería; la ausencia de preparación de artillería; la colaboración de la aviación con las fuerzas terrestres en misiones de exploración y hostigamiento (incluyendo el sobrevuelo constante antes de la batalla para ocultar con el ruido de sus motores la barahúnda de la masa de blindados.) 

Ese "día negro” del que habla Ludendorff en sus Memorias, efectivamente lo fue para el ejército alemán: sobre un frente de dieciséis kilómetros, los aliados avanzaron catorce kilómetros, haciendo más de 20.000 prisioneros y causando enormes bajas. Fuller resumió la batalla conforme su precisa acidez: se trató, dice, “del triunfo de la máquina sobre el hombre o, si se prefiere, del petróleo sobre el músculo.”
© Rubén A. Barreiro 2015