HISTORIA MILITAR Y SU INFLUENCIA EN EL EJERCICIO DEL PODER MILITAR

La historia militar moderna se ha visto influenciada por seis tendencias principales que prácticamente han determinado sus manifestaciones, interpretaciones y teorizaciones sobre la guerra y, consecuentemente ha proyectado ese influjo a los modos de empleo del poder militar.



Hoy en día los historiadores militares reconocemos en esas influencias valores de interpretación que no siempre ayudan a reconstruir verdades históricas de las que extraer enseñanzas militares reales y prácticas. Este reconocimiento nos ha llevado nuevos rumbos, más amplios y más ricos en conocimientos.
Las tendencias más comunes que pueden apreciarse en la historia militar moderna, y de las que hoy día debemos liberarnos, pueden reducirse a las siguientes :

1) Lo que podemos llamar “Eurocentrismo”, es decir la tendencia a centrar los estudios en los fenómenos militares producidos en o por Europa Occidental y  los Estados Unidos de Norteamérica, asignándoles un rol de liderazgo en el campo bélico y un omnímodo criterio de éxito que ya se parece más a un prejuicio que a un razonamiento analítico.

2) El endiosamiento de la “Tecnología” como  fuente y solución permanente y autosuficiente de todo problema militar. Esta tendencia ha demostrado ser tremendamente perniciosa como lo han demostrado las intervenciones de Estados Unidos en Vietnam y la Unión Soviética en Afganistán; y llevaron hace algunos años a suponer que todo cambio táctico estaba sujeto exclusivamente a la evolución tecnológica.  Con la globalización de las comunicaciones la estrategia también se ha visto consumida por la tecnología al punto de generarse la ficción de que ver u oír lo que sucede a miles de kilómetros es igual a ejercer el control de esos eventos distantes.

3) Enlazada con la tendencia 1) se presenta la propensión a identificar a los Poderes Líderes y Sistemas Militares Dominantes con “Paradigmas” de eficiencia y capacidad militar, así como los únicos capaces de producir cambios. Esto ha presupuesto una virtual inmovilidad general en el mundo no Eurocéntrico en cuanto a la elaboración de  nuevos sistemas de combate bajo la falsa presunción de una incapacidad o limitación manifiesta frente a los modelos imperantes. Si bien esta actitud opera en la mayoría de los países que integran conceptualmente el “occidente”, ello no ha ocurrido al menos con tanta persistencia en países no occidentales como Vietnam, Afganistán y las modernos agrupaciones terroristas que han manifestado formas de combate efectivas y sorprendentes, tanto por su innovación como por su resucitación de antiguas formas de lucha.

4) La separación entre “Los Aspectos Terrestres y Navales” de los conflictos. Esto lleva a visiones parciales y aún a especialistas unilaterales que exponen verdades sesgadas y no integradas de los conflictos en análisis. La parcialidad ha favorecido los tradicionales celos entre servicios y retrasado la producción de doctrinas conjuntas eficaces. En menor medida la separación del aspecto Aéreo de los conflictos también resulta manifiesta. En la práctica se traduce en el estudio de tres dimensiones de un mismo conflicto pero analizadas por separado y pocas veces integradas.

5) La concentración en conflictos protagonizados por “Estados” ha dejado de lado una gran cantidad de eventos bélicos de los que mucho puede aprenderse.  Las guerras civiles sólo son consideradas cuando las facciones en lucha adquieren casi la categoría o magnitud de estados independientes. Las Guerras Coloniales reciben atención por la presencia de los grandes imperios, sin embargo las Guerras de Descolonización, donde esos ex-imperios resultan mayormente humillados y derrotados, resultan más objeto de estudio político que militar. La luchas de guerra irregular, no convencional, insurgente, terrorista o guerrillera, o como quiera que se las llame carecen del profundo estudio militar que eventos supuestamente “mayores” si reciben. Teniendo en cuenta que modernamente estas últimas formas de lucha se han vuelto más frecuentes no es posible dejarlas de lado sin asumir el riesgo de la ignorancia más absoluta frente a los problemas que plantean.

6) La “separación artificial entre lo militar y lo político” en cuanto al peso del poder político sobre la determinación y creación de las fuerzas armadas, su estructura, doctrina, determinación de objetivos y apreciación de éxitos y fracasos. Es interesante ver cómo este enfoque actúa de manera mostrenca frente a la realidad. Por una parte justifica el protagonismo político en el liderazgo militar a punto tal que las decisiones militares de un presidente son vistas como una prueba de su masculinidad. Recuérdense los casos de Johnson en Vietnam que deseaba “… el respeto de hombres que eran duros, realmente hombres…(porque él mismo quería)…ser visto como un hombre”. Y el de Ronald Reagan que intervino en Nicaragua porque pensaba que “…América tenía que mostrar una firmeza masculina”.  Sin embargo por otra parte pretende dejar a los mandos operacionales responsabilidades políticas excesivas como la administración de territorios enemigos al mismo tiempo en que esos jefes deben resolver cuestiones de combate estrictamente militares. Aún más la introducción de limitaciones políticas sin apreciar sus consecuencias militares pueden llevar a imposibilitar alcanzar la victoria. Recuérdese en Vietnam la introducción de directivas directas de Washington en la Doctrina Militar sin medir las alteraciones que ellas producían.
Estos enfoques han influido de manera directa en los académicos en historia militar y, a través de ellos la enseñanza militar formal e informal, y de manera indirecta el imaginario colectivo acerca de cómo es la guerra.

Esa imagen de la guerra pretende que el modelo bélico ideal es el surgido de la historia europea, al que se considera virtualmente invencible y un continuo ininterrumpido que une al hoplita griego con el soldado occidental moderno. Una guerra donde el aventajamiento tecnológico asegura el predominio militar y en la que los Estados Líderes son los modelos ineludibles de todo progreso militar. Una guerra además multidimensional pero nunca integrada donde cada servicio libremente lucha por su parcela de gloria y trata de hacerse con la victoria total sobre el enemigo. Una guerra donde sólo los estados merecen ser vistos como protagonistas serios, mientras que todo ente organizacionalmente inferior es considerado irrelevante en cuanto a las artes militares; recordemos a Moltke calificando a la Guerra de Secesión Norteamericana como una lucha de aficionados. Y una guerra donde los mandos militares y políticos interactúan pero sólo en lucha por el protagonismo de la gloria.

Así en general los países que adscriben al modelo occidental relegan sus propias ideas autóctonas sin analizarlas bajo la egolatría de los sistemas centrales. Las doctrinas en uso actual no son más que copias de las de los países reconocidos como líderes, aún cuando las mismas nos están completamente probadas ni mucho menos avaladas por ningún éxito rotundo. Han olvidado adaptarse a su propio ambiente para aceptar soluciones doctrinarias de ambientes ajenos lo que conlleva un costo de materiales excesivo y muchas veces inadecuado. Sin embargo no se ha hecho  con conciencia del error; se actuó conforme una visión de la realidad construida, pero que no era tan “real” como suponíamos. Los historiadores militares tenemos una gran responsabilidad de ello.

Es curioso, pero visto así en conjunto resulta aterrador el pensar que durante muchos años nos vimos encerrados dentro de estas limitaciones, y las aceptábamos con plena felicidad y sin reparo alguno.
Esta visión casi mecanicista de la guerra, aunque falsa, ha guiado y aún hoy tutela nuestra visión del fenómeno bélico conduciéndonos hacia interpretaciones erróneas y soluciones inadecuadas. Nos fuerza a fraccionar el hecho militar sin integrarlo; vemos sus partes componentes por separado pero nunca como un todo.

Esta limitación intelectual virtualmente auto impuesta responde a un problema epistemológico por una parte y a una restricción cultural por la otra.

EL MÉTODO CIENTÍFICO

Durante la segunda mitad del siglo XX se ha producido un cambio en el modo de la adquisición y procesamiento del conocimiento de las ciencias. Tradicionalmente las ciencias tenían como forma de conocimiento la especialización y la abstracción, lo que significa la reducción del conocimiento de un todo al conocimiento de las partes que lo componen. Este modo de conocer apartaba una realidad, la que indica que la organización de un todo produce cualidades nuevas en las partes en relación, diferentes a las que pueden ser consideradas en las partes por separado. El concepto clave de las ciencias era el determinismo, lo que llevaba a la ocultación de la alteridad, la novedad; y la aplicación de la lógica mecánica, casi como una maquina artificial, a los problemas del mundo viviente y de la sociedad. Esta metodología explica las tendencias limitantes que señalábamos al principio.

El conocimiento no puede ni debe prescindir de la abstracción, pero tiene también proponerse construir en relación con el contexto y, por ende, congregar todo lo que el individuo sabe del mundo. La comprensión de datos particulares solo puede ser eficaz cuando se ejercita y cultiva la inteligencia general y se activan los conocimientos de conjunto en cada caso particular.

Se trata en suma de recomponer el todo.  Se dirá que es imposible conocer todo acerca del mundo y de sus variadas mutaciones. Pero, sin importar lo difícil que pueda ser, hay que intentar conocer los problemas clave del mundo o sucumbir a la imbecilidad cognitiva. En la actualidad el contexto de cualquier conocimiento político, económico, antropológico, ecológico, y, en nuestro caso bélico, es el mundo mismo al que es preciso conocer en su dinámica integrada.

Vivimos en un tiempo en que el universo está integrado a nuestra vida como un elemento corriente, hablamos de viajes a la Luna y bajamos de internet fotos de Marte; nuestra actitud requiere situar todo en un contexto adecuado, esto es universal o cuando menos planetario. El conocimiento del mundo como tal se ha convertido en una necesidad a la vez intelectual y vital. El problema que se impone a todo habitante del planeta consiste en determinar: cómo tener acceso a las informaciones sobre el mundo y alcanzar la posibilidad de articularlas y organizarlas. Para disfrutar esa posibilidad se requiere una reforma del pensamiento, lo que conlleva a una reformulación del enfoque del conocimiento científico.

Es indispensable, por una parte, complementar el pensamiento que se orienta hacia el aislamiento de las partes e ideas, con un pensamiento que las reúna y les dé sentido de totalidad. “Complejo” significa etimológicamente "que esta tejido junto". El pensamiento complejo es un pensamiento que trata a la vez de vincular y de distinguir, pero sin desunir. Lo que implica reconocer e incluir a la incertidumbre. El dogma de un determinismo universal es hoy una reliquia del pasado. El universo no está sometido a la dominación absoluta del orden, sino que es el campo de acción de una relación dialógica. La dialógica es una relación a la vez antagónica, competitiva y complementaria entre el orden, el desorden y la organización.
Así, el objetivo de la complejidad es, por una parte, unir, contextualizar y globalizar y, por otra, recoger el reto de la incertidumbre. Pensemos en Clausewitz y su reiterada referencia al azar en la guerra; dónde y cómo podríamos incluir ese factor determinante en un esquema analítico dogmático, mecanicista y fragmentado como el que actualmente aplicamos.

En el siglo XX un grupo de teorías alcanzó un impacto tal que bien vale conocerlas por el mote de "Las tres teorías”: de la información, la cibernética y los sistemas. Ellas ofrecen la primera vía de acceso a la complejidad. Las tres teorías, emparentadas e inseparables, aparecieron a comienzos de los años cuarenta y se han fecundado unas a otras.

La teoría  de la Información permite reconocer  un universo donde a la vez hay orden (redundancia) y desorden (ruido) y de extraer algo nuevo: la información misma, que pasa a ser entonces organizadora y programadora de una maquina cibernética. La información que  indica, por  ejemplo, quien ha sido el vencedor de una batalla, disipa una incertidumbre; la que anuncia la muerte súbita de un tirano aporta lo inesperado y, al mismo tiempo, la novedad. Esta teoría nos aparta de la falsa idea de que las porciones de la realidad que enfrentamos en cada situación se presentan completas y ordenadas y que, en consecuencia la información que de ellas extraemos es sólo descriptiva y explicativa.

En el campo de la Historia Militar esta falsa posición nos lleva, por un lado a buscar justificaciones unicausales de los hechos de guerra y por el otro a justificar nuestra separación entre los protagonismos de las distintas fuerzas en presencia. Incluso puso como centro y justificación de todo evento bélico a la figura del comandante, como si su sola presencia y acción pudiera definir sin más el desenlace de ese hecho.
Por el contrario la información que se extrae de la realidad  redundante y ruidosa al mismo tiempo, debe servirnos para poder operar sobre ella, para actuar en la búsqueda de resultados que pretendemos obtener de la situación que esa realidad contextualiza e integra.

La Cibernética es una teoría de las maquinas autónomas. La idea de retroacción rompe con el principio de causalidad lineal introduciendo el de curva causal. La causa actúa sobre el efecto, y viceversa, al igual que en un sistema de calefacción en que el termostato regula el funcionamiento de la caldera. Ese mecanismo llamado de "regulación" permite la autonomía de un sistema, en el ejemplo  la autonomía térmica de una vivienda con respecto a la temperatura exterior. La curva de retroacción (feed-back) desempeña el papel de mecanismo amplificador, por ejemplo, en la exacerbación de un conflicto armado. La violencia de un protagonista provoca una reacción violenta que, a su vez, suscita una reacción más violenta aun. Este tipo de retroacciones, inflacionistas o estabilizadoras, abundan en los fenómenos económicos, sociales, políticos, psicológicos y, obviamente en los bélicos.

La pretensión de que la causalidad lineal rige los hechos militares es una de las lamentables características de los últimos tiempos. Ello lleva a suponer que la guerra no es dialéctica sino monologal. Las acciones realizadas por un bando no dan origen a las reacciones enemigas, ni a acciones ulteriores propias; todo lo que se hace influye en la realidad sólo hasta donde nosotros lo decidimos y cómo nosotros lo proyectamos. Esto es absurdo y sin embargo es moneda corriente de ver en relatos de historia militar, cursos y clases de la disciplina. Lo curioso es que mientras que aceptamos este determinismo unilateral al mismo tiempo reafirmamos el aforismo militar de que “todo plan se agota al primer disparo”. Parece como si actuásemos en un estado de paranoia o autismo intelectual.

Esta retroacción no es fatal,  es decir que puede cambiarse, pero para ello es necesario percibirla en su integración al todo. La escalada armada crece y se desarrolla bajo la mirada parcial de la recepción de cada nueva agresión. El análisis integrador del porqué circunstanciado de cada ataque, sus consecuencias y las derivaciones de nuestras propias respuestas y las repercusiones que alcanzan a los posibles implicados nos permiten resolver la escalada, en lugar de alimentarla innecesariamente.
La teoría de los Sistemas echa las bases de un pensamiento de la organización. La primera lección sistémica es que "el todo es más que la suma de las partes". Ello significa que existen cualidades emergentes, es decir que nacen de la organización de un todo, y que pueden retroactuar sobre las partes. Así el agua tiene cualidades emergentes en relación con el hidrógeno y el oxígeno que la constituyen. Por otra parte, el “todo es menos que la suma de las partes”, pues las partes pueden tener cualidades que están inhibidas por la organización del conjunto.

Esto es importante cuando analizamos la estructura organizacional de una fuerza o la creación de comandos de coalición por ejemplo. Durante la Guerra de la Sucesión Española la integración del comando aliado por Marlborough  y Eugenio de Saboya ciertamente hizo que el todo fuese mayor que las partes adicionadas, sin embargo esa suma renunció a las habilidades operacionales de Eugenio a favor de las de Marlborough. Esto es que debemos reconocer que cada suma de habilidades es específica y que necesariamente anula capacidades, sólo así puede hallarse la adición y combinación correcta que puede llevarnos a la victoria.
La visión de integración de esta teoría es fundamental para comprender las situaciones como sistemas, subsistemas y metasistemas vinculados de modo directo o indirecto, pero siempre en relaciones de integración. Por ejemplo si la guerra es de ambiente nuclear (metasistema) las unidades de combate (subsitemas) deben ser capaces de actuar en ese ambiente.

A estas tres teorías, hay que agregar el desarrollo conceptual aportado por la idea de autoorganización que debemos a brillantes científicos.

La teoría de los Autómatas Autoorganizadores de Von Neumann analizó la diferencia entre las “máquinas artificiales” y las "máquinas vivientes". Destacó esta paradoja: los elementos de las máquinas artificiales, perfectamente fabricados y bien terminados, se degradan en cuanto la máquina comienza a funcionar. En cambio, las máquinas vivientes, compuestas por elementos muy poco fiables, como las proteínas, que se degradan sin cesar, poseen la extraña propiedad de desarrollarse y reproducirse, de autorregenerarse reemplazando precisamente las moléculas degradadas por moléculas nuevas y las células muertas por células vivas. La máquina artificial no puede repararse a sí misma; la máquina viviente, en cambio, se regenera  constantemente a partir de la muerte de sus células según la fórmula de Heráclito "vivir de muerte, morir de vida".

Un ejército es una máquina viviente que se regenera constantemente, sin embargo no debemos perder de vista que esa actividad no siempre se dirige a recomponerla a su estado original, sino que puede degradar conforme el ambiente y la capacidad de obtención de recursos.
Von Foerster descubrió el principio de "El Orden a partir del Ruido". Si se agita una caja que contiene cubos con dos caras imantadas dispuestos en desorden, se observa que esos cubos van a constituir espontáneamente un conjunto coherente. Así, habrá bastado un principio de orden (la imantación) y una energía desordenada para constituir una organización ordenada. Se asiste así a la creación de un orden a partir del desorden.

Muchas veces interpretamos las guerras y las batallas sólo desde el principio del orden, de un orden estructurado y preestablecido. Ello nos hace olvidar los fenómenos de fricción y azar que siempre están presentes. En la segunda batalla de Gaza en 1917 la victoria turco alemana provino del desorden. El comandante de la guarnición de Gaza estaba dispuesto a rendirse en el mismo instante en que el comandante inglés decide cesar el ataque y replegarse. Esto que parece una simple anécdota cobra valor si la apreciamos desde la idea de que la guerra es un caos donde el éxito se obtiene logrando que el caos del enemigo sea mayor que el propio. El principio de orden que sostenga el menor nivel de caos puede provenir de cualquier parte.

Atlan, por su parte, ha concebido la teoría del "Azar Organizador". Se observa una relación dialógica orden/desorden/organización en el nacimiento del universo a partir de una agitación calorífica (desorden) en la que en ciertas condiciones, como encuentros por casualidad, principios de orden van a permitir la formación de núcleos, átomos, galaxias y estrellas. Se observa también esta relación dialógica en la aparición de la vida, por los encuentros entre macromoléculas dentro de una especie de curva autoproductora que terminará por convertirse en autoorganización viviente. Bajo formas muy diversas y por conducto de innumerables interretroacciones, la relación dialógica entre el orden, el desorden y la organización se encuentra constantemente presente en los mundos físico, biológico y humano.

La dialógica rige la guerra. Nada está tan ordenado como se supone, ni tan desordenado como se teme. La dinámica de cambios en interacción obliga a la reinterpretación integradora constante.

Prigogine ha introducido también esa idea de organización a partir del desorden, pero de otra forma. Cuando un sistema se aparta de su condición de equilibrio puede desordenarse completamente, cuando las partes se apartan para integrarse en otros sistemas; o puede auto organizarse y generar un nuevo sistema bajo una nueva condición de equilibrio. Esto es lo que se llama también “estructuras disipativas”. Esas organizaciones necesitan ser alimentadas con energía, o sea, necesitan consumir, "disipar" energía para mantenerse. En el caso del ser viviente, éste es bastante autónomo para extraer energía de su entorno, e incluso para extraer informaciones e incorporar su organización. Es lo que se llama la autoecoorganización.
La capacidad de distinguir entre el desorden agónico irremediable y el caos que autoriza a la auto organización es esencial para distinguir entre una situación de derrota y una posibilidad de victoria.

El pensamiento de la complejidad se presenta pues como un edificio de varios pisos. La base, formada a partir de tres teorías (información, cibernética y sistema), comporta los instrumentos necesarios para una teoría de la organización. Viene luego un segundo piso con las ideas de Von Neumann, Von Foerster, Atlan y Prigogine sobre la autoorganización. Podemos agregar a ello  tres principios que son el principio dialógico, el principio de recursión y el principio hologramático.

El Principio Dialógico vincula dos principios o nociones antagónicas, que deberían repelerse, pero que son indisociables e indispensables para comprender una misma realidad. El físico Niels Bohr ha reconocido la necesidad de considerar las partículas físicas a la vez como corpúsculos y como ondas. Pascal afirmó: "Lo contrario de una verdad no es el error, sino una verdad contraria". Bohr traduce este pensamiento a su manera: "Lo contrario de una verdad trivial es un error estúpido, pero lo contrario de una verdad profunda es siempre otra verdad profunda." El problema consiste en unir nociones antagónicas para concebir los procesos organizadores y creadores en el mundo complejo de la vida y de la historia humana.

En el campo militar los modelos antagónicos no presuponen una oposición entre efectividad e inutilidad, al contrario plantean modelos de eficiencia simplemente diferentes. Cuando analizamos académicamente los modelos militares tendemos al maniqueísmo, olvidando que la guerra se gana con lo que se necesita para ganar la guerra, es decir con lo que “es” y no con lo que “debe ser”.

El Principio de Recursión Organizativa va más allá del principio de retroacción (feed-back); supera la noción de regulación con la noción de producción y autoorganización. Es una curva generadora en la cual los productos y los efectos son ellos mismos productores y causantes de lo que los produce. Así, nosotros como individuos somos resultado de un sistema de reproducción que se remonta al origen de los tiempos, pero ese sistema sólo puede reproducirse si nosotros mismos nos transformamos en sus productores apareándonos. Los individuos humanos producen la sociedad en y por sus interacciones, pero la sociedad, como totalidad resultante, produce la humanidad de esos individuos al brindarles el lenguaje y la cultura.
Por último, el tercer principio "Hologramático" pone de manifiesto la aparente paradoja de ciertos sistemas donde no sólo la parte está en el todo, sino que el todo está en la parte: la totalidad del patrimonio genético está presente en cada célula individual, al igual que el individuo es una parte de la sociedad, pero la sociedad está presente en cada individuo como un todo, a través de su lengua, su cultura, sus normas.

Estos dos últimos principios abren el camino a una más adecuada interpretación de la guerra al apreciarla como un fenómeno cultural integrado.

El pensamiento de la complejidad no es en modo alguno un pensamiento que expulsa la certidumbre para reemplazarla por la incertidumbre, que expulsa la separación para incluir la inseparabilidad, que expulsa la lógica para permitirse todas las transgresiones. El planteamiento consiste, por el contrario, en efectuar un ir y venir incesante entre certidumbres e incertidumbres, entre lo elemental y lo general, entre lo separable y lo inseparable. No se trata de abandonar los principios de la ciencia clásica —orden, separabilidad y lógica— sino de integrarlos en un esquema que es a la vez más vasto y más rico; tampoco se pretende oponer un holismo global y vacío a un reduccionismo sistemático. Se trata, en cambio, de vincular lo concreto de las partes a la totalidad. Hay que articular los principios de orden y desorden, de separación y unión, de autonomía y dependencia, que son a la vez complementarios, competidores y antagónicos, en el seno del universo.

Para resumir, el pensamiento complejo no es lo opuesto al pensamiento simplificante, sino que lo integra; como diría Hegel, opera la unión de la simplicidad y la complejidad, e incluso, hace aparecer finalmente su propia simplicidad. En efecto, el paradigma de complejidad puede enunciarse tan sencillamente como el de la simplicidad: mientras este último impone separar y reducir, el paradigma de complejidad preconiza reunir, sin dejar de distinguir.

El pensamiento complejo es, esencialmente, el pensamiento que integra la incertidumbre y es capaz de concebir la organización. Que es capaz de reunir, contextualizar, globalizar, pero reconociendo lo singular y lo concreto.

LA GUERRA ES CULTURA

La aplicación de los conceptos científicos recién mencionados nos lleva a una interpretación integradora de la guerra donde las partes que en ella se manifiestan no actúan en espacios estancos sino que se hallan en permanente interacción. La Historia Militar tiene un papel fundamental en esa tarea integradora pues ella debe entregar análisis de la realidad de la mayor  coherencia y verosimilitud posibles, pues a partir de ellos se proyectan los cambios científicos en el campo militar.

El marco integrador en el cual se está trabajando al presente en Historia Militar es el de comprender la guerra como cultura, como un elemento producto de la cultura. La guerra no es ajena al hombre, es el ser humano mismo; la guerra es su producto y él es al mismo tiempo su protagonista y su víctima.

El enfoque no es nuevo   pero ha cobrado más valor en los últimos años en la medida que nuestra comprensión de la guerra cada vez se aleja más de las manifestaciones de la realidad bélica. T. E. Lawrence dijo alguna vez  que con el aval de 2000 años de historia militar nada justificaba nuestros errores. Sin embargo los errores se repiten con una consistencia atroz. La operación de Kosovo de 1999 que inició con el postulado del sometimiento del enemigo desde el aire; se basaba en la teoría del bombardeo estratégico de Giulio Douhet de 1921 y que en 1942 había demostrado ser inoperante en cuanto a su pretensión de quebrar la moral enemiga y logra así la victoria. No aprendemos, no conocemos o conocemos mal?.
Creo que es en el último punto donde debemos detenernos, realmente conocemos mal la realidad porque no superamos nuestras propias trabas culturales. Es en la cultura donde están los escollos y las soluciones.
Partiendo de la idea de que la guerra es cultura debemos admitir que existe una interacción entre la guerra real y su manifestación cultural, esto es una diferencia entre la guerra como realidad y la guerra como discurso.

Discurso es el conjunto de todas las actuaciones verbales y de secuencias de signos en tanto enunciados, capaces de adoptar una modalidad propia de existencia y que dependen de un mismo sistema. Así cada hecho tiene su propio discurso que lo interpreta o que al menos trata de hacerlo. El discurso comprende las reglas anónimas, históricas, determinadas en el tiempo y en el espacio, que han definido y establecido para una época dada las condiciones de ejercicio de sus enunciados.  El discurso es un producto cultural abstracto que el hombre emplea para interpretar la realidad y operarla. En ese sentido la interpretación no necesariamente coincide con la realidad. En 1915, en plena matanza inútil de soldados debido a la alta eficacia de fuego de las armas modernas, el comandante en jefe británico sir Douglas Haig sostenía que “…se sobrevaloran las ametralladoras, dos por batallón son más que suficientes”. Decía esto en una época en la que una sola de esas armas era capaz de  detener a un batallón completo de 800 hombres. Pero Haig no estaba solo en su opinión, Lord Kitchner, ministro de guerra intervino sólo para elevarlas a cuatro por batallón, lo que habla claramente de que existía un discurso compartido en el ejército inglés sobre el uso de las ametralladoras y que no coincidía con la realidad. Para abundar más antes de la guerra se consideraba a la ametralladora como ineficaz para pelear contra el hombre blanco. La situación sólo cambió cuando Lloyd George, Ministro de municiones, elevó el número de armas a 64 por unidad, que era la cifra que la realidad exigía, es decir actuó en base a un discurso que había cambiado.

Esta distinción entre discurso y realidad, y la necesidad de acercarlos es un trabajo fundamental del Historiador Militar. Nuestra tarea consiste en distinguir el discurso para comprender cómo opera el hombre sobre la realidad a partir de ese discurso, comprendiendo así los errores y aciertos con mayor claridad.
Hablábamos recién sobre la Primera Guerra Mundial, un sitio al que todos recurrimos para citar los peores ejemplos del empleo militar. Sin embargo cabe tener en cuenta lo siguiente: eran esos generales y oficiales tan incompetentes como hoy los señalamos?, es posible que en unos pocos años de guerra se haya reunido tan enorme cantidad de ineptos?. Si nos atenemos a la Historia Militar en uso, atada a las limitaciones de las que hablamos al comienzo, no sólo admitiríamos la incompetencia, sino que no nos preguntaríamos acerca de la sorprendente probabilidad de reunión de cientos de miles de inútiles en una misma guerra y en tan solo cinco años. No obstante podemos hacer una lectura más amplia y acercarnos un poco más a la realidad. Esos oficiales no eran incompetentes de por sí, ni siquiera lo eran para los estándares de la época. Ellos respondían a la educación e instrucción recibidas por lo que su conducta estaba en consonancia con el paradigma militar del momento. Lo que sucedía era que tanto la educación como el modelo de conducta respondían a un discurso bélico que venía desconociendo la realidad tecnológica de la guerra desde hacía sesenta años. Eso es la guerra como cultura; lo que significa también que para una sociedad determinada en el tiempo y el espacio la guerra es lo que la cultura de esa sociedad dice que es la guerra, para bien o para mal.

LAS MANIFESTACIONES PRÁCTICAS DE LA INTERPRETACIÓN DE LA GUERRA COMO CULTURA

La interpretación cultural de la guerra ofrece una mejor visión de la realidad y, consecuentemente una mejor posición para enfrentar y decidir sobre el fenómeno bélico.

Admitiendo que la cultura y la guerra están entrelazadas podemos ver que el enfoque Eurocéntrico es absolutamente parcial e incapaz de ocupar un centro de análisis que desplace a toda otra interpretación. Lo eurocéntrico responde a culturas determinadas y no a toda cultura posible; ello no nos impide aceptar e imitar aciertos pero si nos obliga a adaptarlos a nuestra cultura.

Por otra parte la apreciación cultural de la guerra nos aparta de la fantasía de que la Guerra Occidental (Eurocéntrica) enlaza al hoplita con el soldado moderno, en continuo de superioridad imperecedera.
En primer lugar esa continuidad nunca se dio, el ciudadano soldado de Grecia no era el soldado profesional romano, ni el guerrero aristocrático medieval, ni el mercenario del siglo XV, ni el ciudadano en armas de la Revolución Francesa. Tampoco por cierto es el soldado voluntario profesional actual.

La supuesta invencibilidad occidental pretende esconder bajo la alfombra las sucesivas invasiones “bárbaras” de Europa protagonizadas con mucho éxito por Germanos, Hunos, Ávaros, y Magyares. Cierra los ojos ante la expansión del Islam, la toma de Constantinopla y la invasión de España. Y desconoce el fracaso de la Cruzadas.

Estos ocultos fracasos muestran que no hay un solo modo de combatir. Que cada lucha plantea exigencias que deben ser satisfechas si se quiere ganar; que cada guerra requiere de adaptar nuestro modelo militar a esas necesidades, lo que implica decir que los modelos de lucha deben ser vistos como un menú sobre el cual adaptar nuestras fuerzas. Es obvia la implicancia que todo modelo es perecedero y circunstancial. Se introduce así la necesidad del cambio permanente y de la variedad cultural en las formas de hacer la guerra.
Esta visión más amplia nos permite estudiar más modelos militares actuales o pasados para poder obtener y crear una doctrina y organización adecuadas a nuestras necesidades reales y culturales. No hay mejor paradigma que el propio.

Otra implicancia es la interpretación de la guerra misma. En este tema es ineludible la disquisición de von Clausewitz: “la guerra es la continuación de la relación política con la intrusión de otros medios”. Todos hemos aceptado casi con devoción de idólatras este aserto…sin embargo es tan atinado como creemos?.
John Keegan ha basado su libro “Historia de la Guerra”  en gran parte en hacer una reinterpretación crítica de Clausewitz. Entre las mucha objeciones que hace señala que parte de la limitación del análisis del germano se debía a su propio condicionamiento cultural y que si lo hubiese podido superar “…habría sido capaz de comprender que la guerra implica mucho más que la política y que siempre es una expresión de cultura, muchas veces un determinante de las formas culturales y, en algunas sociedades, la cultura en sí”.
Pero no agota allí su sana crítica. Dice más adelante al hablar del poder destructivo nuclear y de su capacidad de aniquilar a la humanidad que “…las armas nucleares hicieron presa en la mente del ser humano, y los temores que suscitaron pusieron al descubierto la falsedad de Clausewitz de una vez por todas. ¿Cómo podía ser la guerra (nuclear) una continuación de la política, cuando el fin último de la política racional es el bienestar de las instituciones políticas?...”

Por supuesto que nos resistimos a aceptar esta ineludible verdad de concebir a la destrucción de la humanidad como fin político inventando la “disuasión nuclear”. Es decir, como no nos gustaba la realidad hicimos más sofisticado el discurso, pero sin admitir la verdad que los hechos nos imponían.
Sin embargo no ha sido sólo Keegan quien se ha atrevido a desafiar a Clausewitz. En 1976 Michel Foucault hizo el siguiente análisis.

“Si el poder es en sí mismo puesta en juego y despliegue de una relación de fuerza, en vez de analizarlo en términos de cesión, contrato, enajenación, en vez de analizarlo, incluso, en términos funcionales de prórroga de las relaciones de producción, ¿no hay que analizarlo en primer lugar y, ante todo, en términos de combate, enfrentamiento o guerra? Así, … el poder es la guerra, es la guerra proseguida por otros medios”. Y en ese momento invertiríamos la proposición de  Clausewítz y diríamos que la política es la continuación de la guerra por otros medios. Lo cual querría decir tres cosas. En primer lugar, esto: que las relaciones de poder, tal como funcionan en una sociedad como la nuestra, tienen esencialmente por punto de anclaje cierta relación de fuerza establecida en un momento dado, históricamente identificable, en la guerra y por la guerra. Y si bien es cierto que el poder político detiene la guerra, hace reinar o intenta hacer reinar una paz en la sociedad civil, no lo hace en absoluto para neutralizar los efectos de aquélla o el desequilibrio que se manifestó en su batalla final. En esta hipótesis, el papel del poder político sería reinscribir perpetuamente esa relación de fuerza, por medio de una especie de guerra silenciosa, y reinscribirla en las instituciones, en las desigualdades económicas, en el lenguaje, hasta en los cuerpos de unos y otros. Ese sería, por tanto, el primer sentido que habría que dar a la inversión del aforismo de Clausewitz: la política es la continuación de la guerra por otros medios; vale decir que la política es la sanción y la prórroga del desequilibrio de fuerzas manifestado en la guerra. Y la inversión de esa proposición querría decir también otra cosa: a saber, que dentro de esa paz civil, las luchas políticas, los enfrentamientos con respecto al poder, con el poder, por el poder, las modificaciones de las relaciones de fuerza -acentuaciones de un lado, inversiones, etcétera-, todo eso, en un sistema político, no debería Interpretarse sino como las secuelas de la guerra. Y habría que descifrarlo como episodios, fragmentaciones, desplazamientos de la guerra misma. Nunca se escribiría otra cosa que la historia de esta misma guerra, aunque se escribiera la historia de la paz y sus instituciones.
La inversión del aforismo de Clausewitz querría decir, además, una tercera cosa: la decisión final sólo puede provenir de la guerra, esto es, de una prueba de fuerza en que las armas, en definitiva, tendrán que ser jueces. El fin de lo político sería la última batalla, vale decir que la última batalla suspendería finalmente, y sólo finalmente, el ejercicio del poder como guerra continua.”

En la actualidad donde la guerra está cambiando su morfología y las capacidades militares tradicionales resultan sobreabundantes y estrechas para enfrentar los nuevos desafíos, en una época de soldados suicidas y líderes mesiánicos con objetivos religiosos, egoístas, mágicos –y poco políticos-, es difícil no compartir en parte las críticas a Clausewitz. Hoy el terrorismo plantea un modelo de guerra donde la capacidad de dispersión ha alcanzado su grado máximo: el enemigo convive con nosotros, trabaja con nosotros y se viste y vive como nosotros. Bajo este aspecto la concepción de paz-guerra de Foucault resulta más viable que la de Clausewitz.

La concepción de la guerra nos lleva también a preguntarnos porqué el soldado combate. No es un planteo nuevo, pero sin embargo aún no está lo suficientemente difundido, en buena parte porque la Historia Militar se ha encargado de sostener fantasías románticas y no verdades prácticas al respecto.

Ya en 1880 Ardant du Picq  había señalado que el soldado entra en combate para salir vivo de él lo más pronto posible, poniendo de manifiesto que combatía por su sobrevivencia. Otros autores como el general S.L.A Marshal y Geoffrey Reagan  también se han ocupado del hombre en combate. Desde el comienzo de los tiempos la guerra ha sido una prueba de masculinidad en las sociedades, constituía el ritual de paso del niño al hombre. Ese ritual en parte constituía una de las causas que movían al soldado a combatir.
Desde la antigüedad el hombre probaba su género en batalla. Desde los griegos y germanos, a las tribus de África y Asia, pasando por el caballero medieval que además recibía la inspiración de su dama para perseguir la gloria, el combate ha sido la pira bautismal de la masculinidad. Sin embargo no se ha mantenido incólume.

Las cartas de los soldados de la Guerra de Secesión Norteamericana muestran cómo los soldados deseaban mostrarse bravos para probar su masculinidad y preservar su honor. Su coraje provenía muchas veces de su horror a ser tratados como cobardes. Los mismos oficiales sentían que su hombría se probaba no sólo en general sino específicamente frente a sus propios soldados. Estas causas sociales actuaban en conjunto con la cohesión del grupo y la creencia en la causa general de la guerra.

La necesidad de probar y demostrar hombría se expandió durante la primera parte del siglo XX donde la masiva concurrencia a los centros de reclutamiento de la Primera Guerra Mundial mostraba un cuadro de incorporación voluntaria sin precedentes en la historia. La brutal prueba de sangre y fuego en batalla era apreciada como un ritual necesario y deseable para ser reconocido hombre en la sociedad.

La Segunda Guerra Mundial mostró un aspecto diferente. La desilusión y la decepción que mostraron los desastrosos hechos de la Gran Guerra vaciaron de contenido el concepto dual de honor y hombría. Las sociedades entraron en la Segunda Guerra con mucho menos idealismo que en luchas anteriores y la presencia de la “guerra total” desdibujaba en alguna medida la distinción entre los soldados en el frente y las mujeres en el frente interno. Los soldados estaban ahora más atados a sus grupos de pertenencia, sus camaradas en combate para probar su falta de cobardía más que su hombría. Lo que más los movía era no sentirse avergonzados de su conducta frente a sus compañeros de lucha.

Vietnam hundió aún más el idealismo y sus resultados fueron desastrosos para la hombría norteamericana. Los veteranos volvían de la derrota sintiendo que “…todos se avergonzaban de nosotros…porque habíamos peleado una guerra sucia…” . Uno de ellos declaró: “Hice todo por salir de allí vivo…(aún cuando)…no tendrían a un gran héroe”.

La “tecnoguerra” también influye en estos cambios. Al pretender demostrar la superioridad occidental, también crea la situación de que el hombre se identifique con el héroe aún cuando físicamente no ha participado en combate.

Estas cuestiones son importantes a la hora de reclutar. Cómo motivar a la sociedad para que se acerque a lo militar? A quién reclutar? Cómo es el hombre que estamos reclutando?  Qué limitaciones y alcances le daremos al reclutamiento? Cómo sostendremos el compromiso del soldado durante la guerra?
Estas cuestiones donde el género se pone de manifiesto hacen emerger además la cuestión de la mujer en las fuerzas armadas. Sin tomar partido, sólo quiero decir que me llama la atención que para apoyar o criticar su inclusión sólo se esgrimen argumentos sobre los últimos veinte o treinta años y nada se dice de las amazonas, las guerrilleras españolas de la guerra de la independencia, los batallones de mujeres de la Primera Guerra Mundial, ni de las 560.000 mujeres que estuvieron efectivamente en combate en el Ejército Soviético durante la Segunda Guerra Mundial.

Volviendo a la relación discurso y realidad es interesante destacar aquí la tesis de  Lynn . Establece que entre ambos hay una retroalimentación permanente y una consiguiente influencia mutua. Una relación simple y hasta deseable, sería esperar que las interacciones llevaran siempre a correcciones que mejorasen la visión  de la realidad y la consecuente toma de decisiones. Pero aparecen también distorsiones.

Por ejemplo si el discurso resulta excesivo a la realidad pretendiendo formalizarla o reglarla en exceso aparece lo que Lynn llama “Realidad Perfecta”. Como el caso de los torneos medievales o las normas del período de la llamada “Guerra Limitada” donde el incidente de las guardias francesa e inglesa en Fontenoy son un paradigma de formalidad exorbitante.

Puede suceder también a la inversa, esto es que la realidad supere al discurso. Si la guerra se muestra más violenta de lo que el discurso tolera puede la sociedad crear un “Discurso Alternativo” que justifique la eliminación de los excesos por considerarlos malignos, aún cuando esa eliminación implique también excesos.

En la misma situación puede suceder que la sociedad se niegue a reconocer como guerra a aquella que no entra dentro de su discurso. En ese caso se lidiará con la guerra bajo discursos diferentes e incluso ad hoc. Piénsese en la impotencia de las fuerzas regulares actuales para lidiar con los nuevos planteos de lucha que presenta el terrorismo y la guerrilla. Es, o no es una guerra? Y si lo es, cómo es?
Los historiadores militares no estamos de acuerdo (como siempre) en la interpretación cultural de la guerra en su detalle, pero sí reconocemos que la guerra es ineludiblemente un fenómeno cultural que así debe enfocarse.

En los últimos 60 años el mundo no ha tenido grandes aciertos militares, y los pocos que ha habido son buenas copias de eventos anteriores. La Historia Militar es responsable de esos fracasos pues hemos pretendido interpretar los años transcurridos desde la Segunda Guerra Mundial con herramientas y visiones anteriores a 1945. Hemos tolerado la repetición de  viejas teorías siempre presentadas como novísimas con un silencio aterrador. Avalamos modelos militares que en el pasado ya habían fracasado o apoyamos proyecciones de futuras guerras de imposible factura. Es necesario cambiar, se lo debemos a los soldados que dejan su vida en el campo de batalla.

No he mostrado aquí todo lo posible y lo necesario del cambio. Tampoco pretendo tener la absoluta razón en lo que digo; pero sí espero conmover y remover el enfoque histórico militar actual que pocos beneficios nos aporta.

Una pequeña muestra más. Últimamente se habla de la “Guerra Asimétrica” identificándola prácticamente con lo que cuando yo era joven llamábamos guerra irregular. Permítanme un juego. Estarán ustedes de acuerdo conmigo en que la guerra se gana antes de intervenir en ella, pues participar esperando ganar por pura fortuna es de una temeridad espantosa. Si debo proyectar mi victoria antes de iniciar la lucha lo que deberé hacer es acumular capacidades que me pongan en ventaja sobre mi enemigo. Si tengo más ventajas no estoy generando una situación “asimétrica” en mi favor?????. La respuesta es: SI. La guerra siempre ha sido asimétrica, del mismo modo que siempre ha sido violenta o dialéctica. No entiendo cómo toleramos una manipulación semántica, con los errores que ello acarrea,  y que crea la ficción de que hay “guerras simétricas” y “guerras asimétricas”. Es falta de imaginación?, Una limitación de léxico? O pura rusticidad intelectual?

Cuanto peor sea nuestra gestión como historiadores militares, peor será la aplicación del poder militar y peores serán las guerras. Eso es imperdonable.

BIBLIOGRAFÍA
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©2014. Jorge Ariel Vigo

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