Los Elefantes de Aníbal
Uno de los aspectos más recordado y vistoso de la invasión
de las tierras de Roma por Aníbal durante la Segunda Guerra Púnica, entre el
218 y el 201 a.C. lo constituyen los 37 elefantes que enfrentaron el cruce de
los Alpes.
Los elefantes, no eran una novedad en la guerra. Alejandro Magno los enfrentó en Arbelas en el
331 a.C. donde formaban parte del ejército persa de Darío III en número de
quince. También en Hydaspes en el 326 a.C. el macedonio enfrentó a uno cien o
doscientos paquidermos del rey Poros de la India. Los sucesores de Alejandro,
Seleuco y Ptolomeo principalmente integraron en el modelo del ejército de
falange macedonia a los elefantes aplicando distintos dispositivos y diferentes
formas de empleo. Para los romanos tampoco eran una novedad estos animales dado que el rey Pirro de Epiro llevo unos cincuenta cuando realizó su infructuosa guerra contra Roma en el 280 a.C. En esa campaña los paquidermos sólo produjeron sorpresa en la primera batalla en Heraclea (280 a.C.); para la siguiente Asculum (279 a.C.) los romanos ya habían diseñado un carro empujado por detrás por una yunta de bueyes y que portaba u lago brazo basculante con un caldero con carbones ardientes, la idea era acercar el caldero a los ojos del elefante y espantarlo. Esta es una buena prueba de que la guerra impulsa ideas muy buenas y terriblemente malas, el carro romano resultó de las últimas. Creo igualmente que ese carro representa la superación del impacto psicológico del elefante y un refuerzo al espíritu de cuerpo del ejército que ya no temía enfrentar a las bestias gigantes.
formas de empleo. Para los romanos tampoco eran una novedad estos animales dado que el rey Pirro de Epiro llevo unos cincuenta cuando realizó su infructuosa guerra contra Roma en el 280 a.C. En esa campaña los paquidermos sólo produjeron sorpresa en la primera batalla en Heraclea (280 a.C.); para la siguiente Asculum (279 a.C.) los romanos ya habían diseñado un carro empujado por detrás por una yunta de bueyes y que portaba u lago brazo basculante con un caldero con carbones ardientes, la idea era acercar el caldero a los ojos del elefante y espantarlo. Esta es una buena prueba de que la guerra impulsa ideas muy buenas y terriblemente malas, el carro romano resultó de las últimas. Creo igualmente que ese carro representa la superación del impacto psicológico del elefante y un refuerzo al espíritu de cuerpo del ejército que ya no temía enfrentar a las bestias gigantes.
La atracción del elefante para su empleo militar parte
principalmente de su tamaño, el tipo asiático alcanza una altura hasta el
hombre de tres metros y el africano hasta cuatro; sin embargo éste último es el
de peor carácter y más difícil domesticación y obediencia. Se cree que Aníbal
contaba con una tercera variedad, hoy desaparecida, la del elefante Mauritano
un poco más pequeño que sus primos, además de emplear algunas bestias
adquiridas a los egipcios de la especia India. La otra ventaja del elefante es
que combate no sólo con su corpulencia y resistencia física, sino también con
sus patadas y el empleo de su trompa y colmillos como armas.
El mejor empleo que se podía hacer del elefante de guerra
era contra tropas mal entrenadas y qe nunca hubiesen visto una de estas
bestias. Especialmente eran eficaces contra los caballos que tienden a
asustarse por el olor y la presencia del paquidermo, pero el ganado caballar
puede ser entrenado para tolerar esos efectos. Contra tropas disciplinadas
perdían su eficacia, y aún su capacidad de sorpresa por su novedad.
El mayor defecto del elefante de guerra es su más carácter y
su debilidad frente al pánico que le resulta contagioso ante el primer ejemplar
que se asuste. Estos animales espantados se lanzaban en estampida, pero no
siempre contra el enemigo; realmente se lanzaban en cualquier dirección atropellando,
pisando y matando todo lo que se le ponía por delante. En estos casos, y de ser
posible, el mahut o conductor contaba con un pico y un martillo para matarlo
clavándolo en la cabeza del animal.
Aníbal no podía invadir Roma por el mar, que estaba bajo
dominio romano, por lo que debió aceptar la larga ruta terrestre desde
Hispania. Inicia la marcha con 50.000 infantes pesados, 20.000 ligeros, 10.ooo
jinetes y 37 elefantes, tomando el camino de la costa evitando así tener que
cruzar los Pirineos. La marcha por el sur de la Galia transita con algunas
escaramuzas menores hasta la llegada el Ródano donde el obstáculo fluvial
obligó a la construcción de muelles en ambas riberas y grandes balsas para el
cruce de hombres y animales. Los elefantes fueron llevados a los muelles y
subidos al als balsas para ser desembarcados en los muelles de la otra ribera,
algunos elefantes se asustaron y cayeron al agua pero igualmente alcanzaron la
orilla opuesta.
El cruce de los Alpes resultó ser una muy dura prueba para
hombres y animales, tanto por los obstáculos naturales como la resistencia de
algunas tribus. No sabemos exactamente cuál fue la ruta que Aníbal tomó, pero
este cruce debe ser considerado como un hito táctico de la guerra antigua. Es
probable que además de los inconvenientes geográficos, Aníbal no contase con
una buena logística o hubiese hecho un mal cálculo de ella pues los relatos diversos
cuentan que las tropas cartaginesas alcanzaron Italia hambriento y con mucho
frío. La mayoría de los elefantes habían muerto y los sobrevivientes estaban
muy enfermos y débiles. Estos tristes elefantes se vieron por última vez en la
batalla de Trebbia en el 218 a.C., cuando formaron al flanco de la infantería
cartaginesa; algunos autores mencionan que en la batalla de Lago Trasimeno (217
a.C.) fue el último empleo donde un elefante llamado Surus que se convirtió en
la cabalgadura de Aníbal. Después no se registra ninguna presencia de ellos.
Después de Cannas (216 a.C.) Cartago envió refuerzos a
Aníbal, cuatro mil hombres y cuarenta elefantes, pero se conoce poco de su
empleo y se cree que fue poco eficaz y vacilante, probablemente se tratase de
animales sin entrenamiento.
En el 207 a.C. Asdrúbal, hermano de Aníbal, marchaba a su
encuentro con un ejército de refuerzo traído desde Hispania con cuarenta y ocho
mil infantes, ocho mil jinetes y quince elefantes. En el Metauro un ejército
romano integrado por cuarenta mil hombres al mando de Marco Livio Salinator y Cayo
Claudio Nerón, interceptó a los cartagineses derrotándolos. Algunas versiones
señalan que una estampida de elefantes arremetió y desorganizó a las tropas de
Asdrúbal y de allí su derrota, pero es poco probables que quince animales provocasen
tanto desorden.
La batalla final de la Segunda Guerra Púnica se libró en
Zama en el 202 a.C. Aníbal contaba aquí con cuarenta mil infantes, cinco mil
jinetes y ochenta elefantes, frente a los treinta y cinco mil soldados y seis mil
jinetes de Roma al mando de Escipión el Africano. Los elefantes puestos en
primera línea poco pudieron hacer frente al dispositivo romano de establecer
pasillos entre sus líneas para canalizar a las bestias y herirlas hasta
expulsarlas por retaguardia, una táctica original que contaba con un antecedente
pues durante la Primera Guerra Púnica en la batalla de Bagradas 255 a.C. Marcus
Attilius Regulus ensayó un dispositivo similar, aunque sin éxito.
Aunque los elefantes no resultaron eficaces máquinas de
guerra -al menos en occidente- su empleo continuó después de la Segunda Guerra
Púnica, registrándose su presencia en la Tercera y en las batallas de Cinocéfalos
(197 a.C.) y Magnesia (190 a.C.), una herencia de los diádocos, y aún se dice
que Federico II Hohenstaufen los empleó en la toma de Cremona en 1214. Su
empleo resultó más perdurable y consistente en Oriente.
©2014. Jorge Ariel Vigo
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