Waterloo y la Naturaleza de la Historia de la Guerra

Escribiendo sobre la famosa batalla me descubrí, obviamente, analizando las circunstancias de la primera abdicación del Emperador. En esa oportunidad la suma de traiciones de diferente potencia y efecto como la tradicional y permanente de Charles Maurice de Talleyrand, la vulgar de M. Lynch en Burdeos, la desleal del Mariscal Pierre François Charles Augereau en Lyon, o las bajas deserciones de la Emperatriz Maria Luisa y el Rey José Bonaparte resultaron fatales. Todas estas perfidias e ingratitudes conducidas e inducidas por Talleyrand, Étienne-Denis Pasquier y el General Henri Jacques Guillaume Clarke terminaron por involucrar al Marsical Auguste de Marmont quien abrió las puertas de París a los Aliados, retirando su ejército de la capital.


Ciertamente que la defensa de la capital francesa desde el punto de vista militar despliega su propio análisis. La importancia de las alturas de Montmartre, la defensa avanzada de Saint Denis, la línea defensiva entre el Sena y el Marne, todas ellas con sus combates exitosos o fracasados, acertados o no pueden estudiarse en detalle. Empero el valor histórico militar que suscitan, desde la perspectiva de la guerra de 1814 no ofrecen un resultado, el conflicto se resolvió por medio de la defección política, militar y personal. Esto no debería sorprender, todo historiador militar sabe que las ciudades y fortalezas, desde siempre, caen principalmente por hambre o por traición. Así que sin desmerecer el estudio de las operaciones militares que se sucedieron en París debemos explicar las causas de la caída de la ciudad y la derrota en la guerra a causas que desmerecieron el valor de esas acciones.

Ciertamente que en el campo del “que hubiera pasado si…” podemos especular que la llegada de Napoleón veinticuatro horas antes de la entrega de París por Marmont podría plantearnos una explicación diferente del resultado de la Campaña de 1814 y cerrarla con una probable “Batalla de París” cuyos resultado militar hubiera influido con mayor peso en  las negociaciones de paz entre el Emperador y las potencias Aliadas. Sin embargo esto no sucedió, en parte debido a las traiciones mencionadas y en parte a causa de una mala evaluación del “Petit Tondu”.

Pero avanzando en mi trabajo sobre Waterloo pude apreciar que a pesar de la existencia de errores en la elección del gabinete de gobierno civil y los comandantes militares, de aburrido discurso del Campo de Marte, y de algunas confabulaciones como las de Joseph Fouché, el punto de análisis de la Segunda Abdicación es bien diferente de la primera. En 1815 fue la derrota en el campo de batalla lo que selló el destino del Imperio Napoleónico.

Mientras que en 1814 fueron las actitudes personales y políticas las que determinaron la derrota del Imperio, dejando en segundo plano las operaciones militares; en 1815 estas últimas fueron categóricas en la definición de la extinción del Imperio, ahora de manera definitiva. Esta diferencia obliga a estudiar en detalle las formas militares del combate, la batalla y la campaña pues ellas son las que ofrecen la clave central del resultado de la guerra.
Mientras que en 1814 es posible discurrir acerca de la efectividad y despliegue de la batería de treinta cañones sobre Montmartre, su análisis se hace necesario a la luz de que los traidores privaron a los defensores de esa altura del efectivo necesario para operar las piezas por lo que sólo seis pudieron emplearse. En un relato de la caída de París podrían obviarse o eludirse los análisis técnicos de este hecho pues la situación no se definió por el uso o no de esos cañones.

Pero en 1815 es inevitable discurrir sobre las organizaciones militares, el empleo del fuego, los despliegues, las condiciones logísticas, los movimientos operacionales y estratégicos, etc. No es posible explicar el fracaso del asalto del Cuerpo del General D’Erlon sin distinguir entre la formación de “columna de división por batallón” y “columna de batallón por división”. Cómo comprender el fracaso de Ney al atacar sólo con caballería a la infantería inglesa sin conocer los detalles de la formación en cuadro y sus combinaciones. Sin conocer los distintos sistemas de comando, estado mayor y comunicaciones –francés, inglés y prusiano- no pueden explicarse los movimientos oportunos o tardíos de los ejércitos. Cómo discutir los aciertos o errores de Wellington y Napoleón sin comprender la concepción del empleo de la reserva y sin conocer las complejidades del desplazamiento de tropas en la época.

Todo esto me hizo recordar la vieja – y aún presente – discusión acerca de si los “detalles” militares son relevantes o no al estudio académico de la Historia de la Guerra. Creo que estos dos hechos contrastantes afirman de manera contundente que esos “detalles” forman parte imprescindible del cuerpo de conocimientos de un historiador militar*. En los casos mencionados ese saber es el que ayuda a guiar la investigación o el esclarecimiento de la situación; es decir tal vez no necesite explicitar los “detalles militares” pero debo conocerlos para comprender y hacer comprender la situación.

Por otra parte si los historiadores militares no conocemos la diferencia entre catapulta y trebuchet, la relación entre la pica y el arcabuz, la importancia de la flexibilidad organizacional, la incidencia tecnológica en las operaciones móviles en distintas épocas, y la multiplicidad de modelos tácticos de lucha, entre otras muchas cosas, nos volveríamos historiadores sin especialidad alguna más allá de la dedicación a una época. Y precisamente ese conocimiento nos diferencia pues nuestra disciplina se centra en responder por qué estallan las guerras, cómo se pelean, por qué gana el que gana y pierde el que pierde, cómo son los ejércitos en cuanto a comando, disciplina y doctrina, cuál es el papel relevante de la política, la sociedad y la tecnología en la guerra, y cómo concluyen las guerras. Estas preguntas exigen del historiador militar el conocimiento de los “detalles militares” aunque más no sea para poder decir con seguridad y firmeza que no tuvieron influencia alguna en tal o cual conflicto; pero si la tuvieron es su obligación explicarlos en detalle y exponer su capacidad de determinación de los hechos.

*NOTA: Creo, y esto es una opinión absolutamente personal, que es tiempo que dejemos de tratar los términos “Historia Militar” e “Historia de la Guerra” como dos elementos diferentes dado que los que seriamente nos ocupamos del tema sabemos que lo que abrió esa discusión es un asunto zanjado desde que nadie discute los contenidos académicos fundamentales de la disciplina. Me parece más práctico aceptar el uso corriente internacional que, salvo en situaciones muy específicas, utiliza los términos como sinónimos.  
©2014. Jorge Ariel Vigo

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